lunes, 14 de octubre de 2013

"Deme una cocada": Palenquera de barrio


Eran alrededor de las tres de la tarde en el barrio el campestre cuando de la nada se escuchan unos gritos que irradiaban alegría y potencia que es lo que cataloga a la mujer negra de nuestra ciudad.

La temperatura de ese sábado era aproximadamente de 30 grados centígrados, las calles estaban despejadas por el inclemente sol que hacía en esta ciudad, cuando de repente vi a una mujer que sobre su cabeza tenia puesta una ponchera con unos dulces, “cocadas caballito” gritaba la señora.

Durante varios minutos sigo a la “palenquera” para observar todo lo que ella hacía, la noté un poco sudada, pero cuando alguien la llamaba para comprarle algo, esta bajaba su ponchera con alegría y reflejando una gran sonrisa que hacía que el “cliente” se sintiera feliz.
En las esquinas del barrio hacia “paradas” y gritaba por unos segundos para dar avisos a sus posibles clientes.
Esquina del barrio el "Campestre" con el "Milagro"

Como ya yo sabía mis pretensiones la llamo muy amablemente:

-Señora hágame el favor, dije.

Que se le ofrece joven, contestó la palenquera.

-Yo le dije quiero una cocada.

Lo más curioso fue que mientras se  acercaba a mí, me dice que todo lo que cogiera de su “ponchera” tenía un valor de mil pesitos, en una charla un poco amena le pregunté de donde venía y me dijo que vivía en las lomas, que es un sector de invasión que está ubicado entre el barrio “El Nazareno” y “Nelson Mandela”.

Sin duda alguna esta señora llevaba más de tres horas en camino desde donde vivía hasta el campestre, le pregunte que si este siempre era su recorrido, y me dije que no, porque después los clientes se aburrían de ella.

Después sube su ponchera a la cabeza y le digo que esperara un momento, que quería un caballito, sonríe y me dice que le iba a hacer bajar nuevamente la ponchera y no aproveché mientras la tenía abajo. Me disculpé y seguí hablando con ella.

-Señora y ¿si le va bien en este trabajo?

No mijo, a veces me va bien, otros días me va mal, contestó.

-veo, dije.

-Y ¿desde que horas sale de su casa?

Me dijo que se levantaba a las 5 de la mañana a preparar sus productos y que salía tipo 8 de la mañana y regresaba tipo 4 cuando vendiera lo suficiente para darle de comer a sus hijos. Y que hay días que ganaba hasta 50mil pesos, pero en cambio habían otros que no llegan ni a 10mil.

-Wow, pero a veces no gana mucho, ¿Cuántos niños tiene?, pregunté.

Tengo tres niños, todos varones.

-¿Y su papá? dije.

Vivo con mis hijos, su papá se fue de la casa… (Se quedó en silencio).

Nuevamente se sube la ponchera yo le pido una foto, y me dice que no porque no era fotogénica, le dije que me parecía muy chévere tener una foto con una palenquera, a lo que ella me responde que si quiero una que vaya al centro.

Me dejó tomarle la foto de espalda y a también a la ponchera de productos, finalmente se fue.
Lo que pude observar es que las palenqueras de barrios, desconfían de las fotos, sienten que no son importantes en los sitios donde ellas “laboran”.

Irradian alegría, pero dentro de esa alegría se le nota el cansancio por haber caminado largas distancias, consiguiendo clientes esporádicos que en unos momentos tienden a ser escasos.
Su ritmo de vida es caminar y caminar, sudar y sudar, pero ellas tienen en claro que su objetivo,  son sus hijos.

Aunque no ganen lo suficiente como las del centro, en su mirada se refleja sencillez, en su vestimenta no se ve lo colorido del caribe.



Noté que no utilizan faldas sino un mochito con un delantal encima, considerándolo de algo original y distintivo.

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