Eran alrededor de las tres
de la tarde en el barrio el campestre cuando de la nada se escuchan unos gritos
que irradiaban alegría y potencia que es lo que cataloga a la mujer negra de
nuestra ciudad.
La temperatura de ese sábado
era aproximadamente de 30 grados centígrados, las calles estaban despejadas por
el inclemente sol que hacía en esta ciudad, cuando de repente vi a una mujer que
sobre su cabeza tenia puesta una ponchera con unos dulces, “cocadas caballito”
gritaba la señora.
Durante varios minutos sigo
a la “palenquera” para observar todo lo que ella hacía, la noté un poco sudada,
pero cuando alguien la llamaba para comprarle algo, esta bajaba su ponchera con
alegría y reflejando una gran sonrisa que hacía que el “cliente” se sintiera
feliz.
En las esquinas del barrio
hacia “paradas” y gritaba por unos segundos para dar avisos a sus posibles
clientes.
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Esquina del barrio el "Campestre" con el "Milagro" |
Como ya yo sabía mis pretensiones
la llamo muy amablemente:
-Señora hágame el favor,
dije.
Que se le ofrece joven,
contestó la palenquera.
-Yo le dije quiero una
cocada.
Lo más curioso fue que
mientras se acercaba a mí, me dice que
todo lo que cogiera de su “ponchera” tenía un valor de mil pesitos, en una charla
un poco amena le pregunté de donde venía y me dijo que vivía en las lomas, que
es un sector de invasión que está ubicado entre el barrio “El Nazareno” y “Nelson
Mandela”.
Sin duda alguna esta señora
llevaba más de tres horas en camino desde donde vivía hasta el campestre, le
pregunte que si este siempre era su recorrido, y me dije que no, porque después
los clientes se aburrían de ella.
Después sube su ponchera a
la cabeza y le digo que esperara un momento, que quería un caballito, sonríe y
me dice que le iba a hacer bajar nuevamente la ponchera y no aproveché mientras
la tenía abajo. Me disculpé y seguí hablando con ella.
-Señora y ¿si le va bien en
este trabajo?
No mijo, a veces me va bien,
otros días me va mal, contestó.
-veo, dije.
-Y ¿desde que horas sale de
su casa?
Me dijo que se levantaba a
las 5 de la mañana a preparar sus productos y que salía tipo 8 de la mañana y
regresaba tipo 4 cuando vendiera lo suficiente para darle de comer a sus hijos.
Y que hay días que ganaba hasta 50mil pesos, pero en cambio habían otros que no
llegan ni a 10mil.
-Wow, pero a veces no gana
mucho, ¿Cuántos niños tiene?, pregunté.
Tengo tres niños, todos
varones.
-¿Y su papá? dije.
Vivo con mis hijos, su papá
se fue de la casa… (Se quedó en silencio).
Nuevamente se sube la ponchera
yo le pido una foto, y me dice que no porque no era fotogénica, le dije que me parecía
muy chévere tener una foto con una palenquera, a lo que ella me responde que si
quiero una que vaya al centro.
Me dejó tomarle la foto de
espalda y a también a la ponchera de productos, finalmente se fue.
Lo que pude observar es que
las palenqueras de barrios, desconfían de las fotos, sienten que no son
importantes en los sitios donde ellas “laboran”.
Irradian alegría, pero
dentro de esa alegría se le nota el cansancio por haber caminado largas
distancias, consiguiendo clientes esporádicos que en unos momentos tienden a
ser escasos.
Su ritmo de vida es caminar
y caminar, sudar y sudar, pero ellas tienen en claro que su objetivo, son sus hijos.
Aunque no ganen lo
suficiente como las del centro, en su mirada se refleja sencillez, en su
vestimenta no se ve lo colorido del caribe.
Noté que no utilizan faldas
sino un mochito con un delantal encima, considerándolo de algo original y
distintivo.